Los migrantes ocupan un lugar muy especial y merecen nuestra mayor atención. Hay millones de migrantes en todo el mundo y su número aumenta continuamente. Una de las misiones vitales como católicos es ser solidarios con los más débiles y los que sufren en nuestra sociedad. Nuestras lealtades confesionales deben ser desafiadas por las realidades en las que nos encontramos. Debemos liberarnos de las ataduras institucionales. La migración es una de las muchas expresiones de marginación que afecta a los pobres. La razón principal es que, debido a su naturaleza forzosa y a las injusticias que representa, la migración exige un compromiso para luchar contra ella, en nombre del Dios liberado.
La crisis mundial provocada por la pandemia del Covid-19 hizo que millones de migrantes perdieran sus puestos de trabajo y huyeran a sus países sin dinero.
Esto les afectó tanto física como mentalmente. La inestabilidad económica es otra gran aflicción contra la vida humana digna. La pandemia nos ha recordado lo esencial que es la corresponsabilidad y que sólo con la contribución de todos, incluso de aquellos grupos a menudo tan subestimados, podremos hacer frente a esta crisis. Acercarse a los demás suele significar estar dispuesto a correr riesgos, como nos han enseñado tantos médicos durante esta pandemia.
De hecho, debido a su virulencia, gravedad y extensión geográfica, ha repercutido en muchas otras emergencias humanitarias que afectan a millones de migrantes y sus familias, las cuales han sido relegadas al fondo de los programas políticos nacionales donde los esfuerzos internacionales urgentes son esenciales para salvar vidas. El apoyo a los migrantes es particularmente vital en estos momentos en que el mundo se encuentra en medio de desplazamientos forzosos mundiales, provocados por la pandemia del Covid-19. Debemos seguir abrazando el amor por nuestros vecinos para contrarrestar la creciente cultura de usar y tirar que desprecia la dignidad humana de los migrantes.
El Día Internacional de los Migrantes nos recuerda que no se trata de dónde vienen las personas, sino de la dignidad humana que Dios les ha dado. Refleja nuestra llamada como personas de fe a acoger a nuestros hermanos y hermanas, promover su bienestar, protegerles de la crueldad y la indiferencia inhumana y ayudarles a integrarse en nuestra comunidad.
"Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mateus 25, 40).
Un migrante se ve obligado a huir de un país a otro o de un lugar a otro en algún país, principalmente porque no puede encontrar dignidad en el lugar donde se encuentra y en lo que se dedica. La migración forzada no está en línea del plan y la voluntad de Dios. Tenemos que centrarnos en los problemas de los migrantes desde el punto de vista de la humanidad, de cuidar y caminar con nuestros hermanos y hermanas que participan en la defensa efectiva para salvaguardar la dignidad humana frente a esta crueldad moderna.
Apoyemos a nuestros hermanos y hermanas migrantes para ayudarles a saber que en Cristo yo sirvo al más pequeños de mis hermanos y hermanas.
Mensaje trabajada por el MTC Sri Lanka
MOVIMIENTO MUNDIAL DE TRABAJADORES CRISTIANOS