Nunca dejaremos de repetirlo: el fenómeno migratorio actual pone de relieve la situación desastrosa de las condiciones de vida de nuestra época, ya que los migrantes huyen con frecuencia de situaciones de injusticia y de ausencia de perspectivas de desarrollo. Para el Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos (MMTC), la celebración de la Jornada Internacional de los Migrantes es un momento fuerte que nos invita a unirnos a todas las fuerzas comprometidas para sensibilizar a nuestras comunidades e interpelar a nuestras autoridades políticas sobre las causas profundas de la migración.
Este año, nuestra reflexión nos conduce a Colombia, en la selva del Darién, donde numerosos migrantes arriesgan su vida para llegar a Estados Unidos. Más de medio millón de personas migrantes, de las cuales una cuarta parte son niños y jóvenes, atravesaron la ruta de la selva del Darién, entre Colombia y Panamá, en 2023.
Tráfico de migrantes y posible trata de personas, robos de bienes y dinero, extorsiones, violencias sexuales, explotación por grupos armados ilegales, reclutamiento forzado de niñas, niños y adolescentes, homicidios, entre otros, son las pruebas a las que deben enfrentarse tanto adultos como menores, todos susceptibles de obtener el estatuto de refugiado y necesitados de protección internacional durante su paso agotador por esta densa selva fronteriza.
En 2024, se registró una disminución del 42% de la migración en un contexto de medidas migratorias más estrictas implementadas por el presidente panameño, cuya administración hizo del control migratorio una prioridad bajo intensa presión de Estados Unidos. Las personas de origen venezolano fueron las más numerosas en atravesar la selva, seguidas por ecuatorianos, haitianos, chinos, colombianos y ciudadanos de otros países, todos con el objetivo de llegar a Estados Unidos.
El Defensor del Pueblo de Colombia interpela a los nuevos gobiernos locales y departamentales, que deben tener una clara conciencia de sus responsabilidades frente al fenómeno migratorio y velar por la aplicación de sus programas de gobierno y planes de desarrollo. Esto permitirá establecer líneas de atención de las entidades territoriales hacia la población en situación de movilidad humana. También subraya la situación de los menores, niñas y niños, que enfrentan toda clase de riesgos que ponen en peligro su integridad y su vida.
En Dilexi te se nos recuerda que:
“La experiencia de la migración acompaña la historia del Pueblo de Dios. Abraham parte sin saber adónde va; Moisés guía al pueblo en peregrinación a través del desierto; María y José huyen a Egipto con el Niño. El mismo Cristo, que ‘vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron’ (Jn 1, 11), vivió entre nosotros como extranjero. Por eso la Iglesia siempre ha reconocido en los migrantes una presencia viva del Señor que, en el día del juicio, dirá a los que estén a su derecha: ‘Fui extranjero y me acogisteis’ (Mt 25, 35).”
“La tradición de la actividad de la Iglesia por y con los migrantes continúa y, hoy, este servicio se expresa a través de iniciativas como los centros de acogida para refugiados, las misiones fronterizas, los esfuerzos de Cáritas Internationalis y otras instituciones. El Magisterio contemporáneo reafirma claramente este compromiso. El Papa Francisco ha recordado que la misión de la Iglesia hacia los migrantes y refugiados es aún más amplia, insistiendo en que ‘la respuesta al desafío planteado por las migraciones contemporáneas puede resumirse en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Pero estos verbos no valen solo para los migrantes y refugiados. Expresan la misión de la Iglesia hacia todos los habitantes de las periferias existenciales que deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados’. También decía: ‘¡Todo ser humano es hijo de Dios! ¡La imagen de Cristo está impresa en él! Se trata entonces de ver nosotros primero y ayudar después a los demás a ver, en el migrante y en el refugiado, no solo un problema a afrontar, sino un hermano y una hermana a acoger, respetar y amar, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, según el Evangelio’. ”
La Iglesia, como madre, camina con quienes caminan. Donde el mundo ve amenazas, ella ve hijos; donde se construyen muros, ella construye puentes. Sabe que su anuncio del Evangelio es creíble solo cuando se traduce en gestos de cercanía y acogida; y que en todo migrante rechazado, el mismo Cristo llama a la puerta de la comunidad.
De igual manera, nuestro movimiento mundial está invitado a ofrecer estos lugares de acogida y de liberación de la palabra.
He aquí el terrible testimonio de Mónica, transmitido por el MTC de Colombia:
Mi nombre es Mónica, soy refugiada aquí en Colombia, madre de 4 hijos, hija de migrantes portugueses que llegaron a Venezuela en los años 50 y 60 y me adoptaron. Nací en Caracas, estudié ciencias y cultura de la alimentación, soy licenciada.
Yo migré porque fui presa política simplemente por pensar distinto. En mi casa fuimos liberales ni de derecha ni de izquierda; creíamos en la equidad y la justicia. Llega el tiempo en que el tono político se pone complejo; empiezan a expropiar a los que tenían muchos bienes, expropiaron la finca de papá y ya algunos apartamentos. A partir de todo esto vienen persecuciones, papá fallece de un infarto y un año más tarde mi madre.
La situación se agudiza mucho. Yo participaba siempre en marchas con amigos y estudiantes, pensábamos que había que visibilizar las injusticias a raíz de todos estos acontecimientos. Hicieron allanamientos y dieron con mi casa, que ya estaba marcada porque aparecíamos en la lista de los que firmamos en contra del presidente. A raíz de esto nos quitaron todos los derechos. Me llevaron presa junto con una amiga. Fuimos violadas por ocho militares en diferentes circunstancias y en diferentes momentos de nuestras vidas.
Estuve presa durante 23 días en Helicoide. Nos torturaron, sufrimos toda clase de vejámenes. Mi amiga falleció porque nos ponían a jugar a la ruleta rusa con el revólver; simplemente decidían quién vivía y quién moría. Nos encerraron en un cuarto llamado la tumba; solo puedes estar de pie, no puedes ver y te mantienen completamente desnuda; simplemente te matan en vida.
No sé cuántas violaciones tuve, me arrancaron el clítoris. Me lograron sacar porque los abogados se enteraron de lo que me sucedió. Me llevaron a un hospital; allí trataron de hacerme una operación de restitución del clítoris, todo sin anestesia.
Mi hermano pagó una fianza altísima, pero con la condición de que tenía que dejar el país. Mi esposo logró recaudar el dinero para poder viajar con las niñas a Colombia. Empezamos a pensar cómo hacer la travesía porque soy perseguida política y en cualquier punto de control me podían detener.
Al fin logramos viajar y por donde pasamos encontramos 33 puestos de control; en cada uno teníamos que pagar 2 o 5 dólares, dependiendo de lo que dijera el guardián. Viajé con mis documentos, cédula, pasaporte, todo en regla. Salí con muy pocas cosas, unas bolsitas y ropa.
En el último puesto de control, cerca de San Antonio, que queda cerca de la frontera, llegamos a las 3 y algo de la mañana; estaba lloviendo. Yo venía con el niño y las niñas, y demás pasajeros del bus. Nos bajaron a todos, nos volvieron a hacer la requisa para revisar si teníamos más dinero. Cuando llegó un general y me preguntó si teníamos apostillados los papeles, nadie dijo nada, pero él dijo «abran las maletas». Cuando las abrimos, aventó todas las cosas y empezó a cortar cédulas y pasaportes con una tijera. Yo decía «¡Dios mío!», y mi hija de 14 años me decía «nos van a matar». Yo trataba de calmarla. Dentro de los pañales metí el dinero, los dólares, y abrí un peluche donde guardé más dinero. Solo encontraron 50 dólares y dije que eso era todo.
Nos bajaron del bus y tuvimos que seguir a pie caminando hacia la frontera 3 horas y media, lloviznando y descalzos porque también nos quitaron los zapatos.
Recuerdo que eran las 6:15 a.m. cuando abrieron ese portón; nunca había visto un éxodo de tanta gente, era de lado a lado y muchos habían amanecido ahí. Empezaron los guardias de Colombia y dijeron «mujeres y niños» para que nos hiciéramos a un lado del puente y priorizar nuestro paso. Otros cruzaron por debajo del puente; yo no quería exponerme porque tenía poco dinero.
Cuando pasé el puente, un muchacho de Migración me dijo «bienvenida a Colombia». Lo que hice fue llorar. Pero imagínate cómo nos robaron los documentos, ¿cómo seguir? Mi esposo me dijo que tenía que comprar un pasaje y necesitaba el documento. También me robaron el celular. El joven de Migración me dijo que me calmara, que una señora que vendía tintos me compraría los pasajes. Le dije que no tenía plata, pero la gente me ayudó. Me regalaron pañales y unas chanclas porque veníamos descalzos. Al fin le dije a la señora que me comprara el pasaje y me vine para Medellín. En el camino hubo dos puntos de control en la carretera, pero en ningún momento la gente de Migración me pidió los documentos.
Llegamos a Medellín a las 7:30 a.m. Mi esposo me estaba esperando porque un joven de Migración me prestó el celular y así pude avisarle. Vivo en el barrio Robledo de Medellín, llevo ocho años en la misma casa, tengo trabajo, pero a veces me complica llegar tarde a casa porque siento que necesito más tiempo con mis hijos y mi esposo.
MTC de Colombia, recogido en el Centro de Memoria
