En un mundo en conflicto, con profundas desigualdades y ambientalmente insostenible, el trabajo decente representa el camino hacia la paz y la justicia social. Sabemos que el gran tema es el trabajo libre, creativo, participativo y solidario anhelo de la Iglesia universal (1) junto con tierra y techo, porque es el modo más digno de ganarse el pan de cada día y asegura nuestro compromiso con el cuidado de todas las personas y del planeta, haciendo un mundo más habitable y hermoso, y porque el trabajo permite caminar juntos como pueblo hacia una vida digna. El acceso al trabajo por parte de todos es una prioridad irrenunciable.
Hacemos nuestro el llamamiento del papa Francisco para seguir comprometidos, avanzando juntos por estos tres caminos: el diálogo entre las generaciones, la educación y el trabajo”2
Denunciamos que muchas personas trabajadoras migrantes quedan excluidas de los derechos laborales y sociales. Las personas asalariadas de los servicios esenciales carecen, en demasiadas ocasiones, de suficiente reconocimiento social y de condiciones de trabajo dignas. Las condiciones de trabajo, especialmente en un contexto global de subida de precios y de inflación desbocada que está generando un mayor empobrecimiento en las familias trabajadoras, no garantizan cubrir las necesidades básicas, ni son compatibles con las necesidades de cuidado personal y familiar.
El trabajo “informal” dificulta enormemente el desarrollo personal, familiar y comunitario, poniendo en riesgo muchos de los logros sociales y hasta los principios fundamentales sobre los que se asientan la cohesión social, la convivencia y la justicia social, además de las perspectivas de mejora de jóvenes y mujeres.
El confinamiento debido a la Covid-19 comenzó hace dos años y en Uganda, después de casi dos años los trabajadores han vivido historias indescriptibles de sufrimiento y desesperación. Muchos trabajadores han perdido su empleo debido al largo periodo de confinamiento y los niveles de desempleo han aumentado.
Uganda fue uno de los países con el periodo de bloqueo más largo, desde el 1 de abril de 2020 hasta enero de 2022, cuando se reactivó por completo la economía. Los empresarios informales no tuvieron ingresos durante este período y tuvieron que echar mano de sus propios ahorros, depender de la ayuda alimentaria del gobierno o buscar la ayuda de familiares y amigos para sobrevivir. Esto significa que durante el periodo de cierre, la mayoría de los trabajadores se encontraron en una economía de subsistencia.
Las condiciones del confinamiento han afectado a casi todos los sectores del mercado laboral. El número de personas empleadas en Uganda ha disminuido de 9 millones en 2016/17 a 8,3 millones en 2019/20. Esto llevó a que muchos asalariados perdieran su empleo. Otros trabajadores se vieron obligados a cerrar sus negocios.
Debido a la situación de desempleo en el país, incluso antes de la pandemia, Uganda solía exportar mano de obra a Oriente Medio, especialmente a Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. Todo ello a pesar de los informes sobre las malas condiciones de trabajo. El número de emigrantes ugandeses ha disminuido de 25.363 en 2019 a 9.026 en 2020, debido a los efectos de la pandemia. Esto explica el alcance del impacto del confinamiento sobre los trabajadores en Uganda y en el mundo.
El “Día Internacional de la Mujer”, que tiene su origen en un hecho trágico del 8 de marzo de 1908, lo volvemos a recibir en el 2022 en medio de una pandemia sanitaria que ha generado estragos en las economías y sociedades del mundo, y, que al mismo tiempo, nos ha visibilizado las desigualdades estructurales en el desarrollo de todos los ámbitos de nuestras vidas.
En este particular tiempo de crisis, las mujeres han estado en primera línea dentro y fuera del hogar. En el ámbito privado, más del triple de las horas de trabajo de cuidado no remunerado ya recaían sobre sus espaldas, la pandemia las aumentó; y, en el ámbito social, su rol ha sido fundamental para atender los comedores populares, las ollas comunes, la autoorganización vecinal, la promoción de la salud en los vecindarios, aun cuando los recursos personales y la capacidad institucional han sido limitados y los derechos reconocidos también se han visto amenazados. A pesar de esta labor de las mujeres, se desarticularon los sistemas sociales, los de protección y las llamadas de auxilio, las denuncias por violencia y el abuso sexual aumentaron. Las mujeres quedaron a merced de la violencia doméstica en condiciones de mayor vulnerabilidad, produciéndose un repunte de feminicidios como la expresión más cruenta contra ellas.
La Iglesia y el mundo esperan mucho de nosotros. Empiezo con esta afirmación porque estamos viendo el esfuerzo y compromiso de nuestro Papa Francisco en hacer que la gran comunidad de seguidores del Proyecto de Jesús se una alrededor de él, comprenda la dimensión de esta propuesta que va mucho más allá de quienes confiesan nuestro credo, que alcanza a todos los trabajadores y trabajadoras del mundo y en todos los rincones del planeta, esta Casa nuestra, hoy peligrosamente amenazada por la enfermedad del consumismo, la codicia, del negacionismo, la intolerancia, frutos podridos del egoísmo, este mal que fue tan combatido por aquel que, por Amor, dio su vida por todos nosotros y nosotras.
Son tiempos realmente extraños los que vivimos, tristes por el número de muertes resultantes de una pandemia, pero también tristes por la precariedad en la que viven los millones de víctimas del desempleo, agravada por la enfermedad, pero también por los mecanismos de concentración de la riqueza de los poderosos. Nos entristece profundamente ver a millones morir de hambre, a pesar de todos los avances tecnológicos en la producción de alimentos, más nos entristece el desperdicio. Qué inquietante es ver a familias enteras moviéndose sin rumbo, desesperadas, asustadas por conflictos étnicos, religiosos y políticos, en busca de un lugar donde puedan tener paz; familias bloqueadas por alambradas de púas, cercas electrificadas, policías con chorros de agua y perros que asustan, humillan y matan. Este espantoso escenario que estamos viendo, diseñado por un proyecto de muerte y producido por un sistema que nada tiene que ofrecer a la humanidad, también está herido de muerte, como la Madre Tierra, agoniza; pero la Madre se recuperará, a pesar de las heridas, pues el sistema perverso pasará, como han pasado otros.
Hoy, según datos de la ONU, nunca ha habido tantas personas en el mundo que se desplazan y viven fuera de su lugar de origen. En 2019, había 272 millones de migrantes en el mundo, 51 millones más que en 2010. ¿Es esto un problema? ¡No, todo lo contrario!
La migración es una oportunidad histórica para propiciar encuentros, enriquecerse culturalmente, intercambiar habilidades entre pueblos y ciudadanos del mundo para progresar juntos y enfrentar los grandes desafíos de la humanidad. La pandemia que estamos viviendo muestra que los migrantes a menudo aportan sus habilidades para hacerle frente, en particular trabajando en los servicios de salud, el transporte, la restauración y numerosos servicios personales. No olvidemos que los migrantes son ante todo trabajadores. Ellos, son nuestros hermanos y hermanas.
Muchos economistas están de acuerdo en que la migración suele ser una oportunidad para la economía del país anfitrión.
Y, sin embargo, las noticias recientes nos envían imágenes aterradoras. El mar Mediterráneo se ha convertido en un cementerio para las personas que huyen de la pobreza y las guerras. En todo el mundo, los migrantes son señalados, arrestados, perseguidos, acosados. Todavía tenemos en mente las imágenes de la policía arrancando las lonas de las tiendas de campaña de los migrantes en varias ciudades de Francia, como Calais, ¡pero también en París! Nos horroriza ver a mujeres, hombres y niños durmiendo a la intemperie en la frontera de Polonia y Bielorrusia. Europa tiene el deber de la hospitalidad. Sin embargo, hoy en día, se utiliza a los migrantes como chivos expiatorios. Esto es útil para ocultar a los realmente responsables de las crisis sociales y ambientales, los que dirigen un sistema en el que la ganancia financiera predomina sobre los humanos.
En lugar de fomentar la bienvenida y conocer a las personas, en muchos lugares se están construyendo muros. Hoy, hay más de 1.000 kilómetros de murallas en Europa y el mundo nunca ha visto construirse tantas. Como si los países más ricos estuvieran tratando de atrincherarse contra los más pobres.
Somos movimientos de trabajadores y trabajadoras. Somos muy conscientes de que la precariedad en la que se encuentran las poblaciones migrantes les obligan a trabajar en condiciones laborales a menudo indignas. Esta situación también sirve para cuestionar los beneficios sociales de los trabajadores en el país de acogida y para dividir a los trabajadores entre ellos. ¡Actuar por y sobre todo con los migrantes también significa actuar por los derechos de todos los trabajadores! Así lo recordaron en Francia los trabajadores indocumentados que se atrevieron a ir a la huelga en noviembre de 2021, con su sindicato para exigir la regularización de su situación.
También pensamos en todos los y las militantes de los movimientos del MMTC que trabajan con migrantes. Así, lo explican, militantes de la ACO en Burdeos, Francia, de por qué están involucrados: “Esta falta de humanidad nos golpea profundamente, porque la dignidad de estas personas ha sido violada. Nuestros compromisos de fraternidad, de apoyo con las asociaciones se refuerzan ante la violencia con la que se trata a los seres humanos”. En otras ciudades de Francia, como Calais, en la región de París, en el sur de Francia, etc. los y las militantes están tomando medidas.
Hermanas, hermanos, queridos poetas sociales:
1. Queridos Poetas Sociales
Así me gusta llamarlos, poetas sociales, porque ustedes son poetas sociales, porque tienen la capacidad y el coraje de crear esperanza allí donde sólo aparece descarte y exclusión. Poesía quiere decir creatividad, y ustedes crean esperanza; con sus manos saben forjar la dignidad de cada uno, la de sus familias y la de la sociedad toda con tierra, techo y trabajo, cuidado, comunidad. Gracias porque la entrega de ustedes es palabra con autoridad capaz de desmentir las postergaciones silenciosas y tantas veces educadas a las que fueron sometidos —o a las que son sometidos tantos hermanos nuestros—. Pero al pensar en ustedes creo que, principalmente, su dedicación es un anuncio de esperanza. Verlos a ustedes me recuerda que no estamos condenados a repetir ni a construir un futuro basado en la exclusión y la desigualdad, el descarte o la indiferencia; donde la cultura del privilegio sea un poder invisible e insuprimible y la explotación y el abuso sea como un método habitual de sobrevivencia. ¡No! Eso ustedes lo saben anunciar muy bien. Gracias.
Gracias por el vídeo que recién compartimos. He leído las reflexiones del encuentro, el testimonio de lo que vivieron en estos tiempos de tribulación y angustia, la síntesis de sus propuestas y sus anhelos. Gracias. Gracias por hacerme parte del proceso histórico que están transitando y gracias por compartir conmigo este diálogo fraterno que busca ver lo grande en lo pequeño y lo pequeño en lo grande, un diálogo que nace en las periferias, un diálogo que llega a Roma y en el que todos podemos sentirnos invitados e interpelados. «Para encontrarnos y ayudar mutuamente necesitamos dialogar» (FT 198), ¡y cuánto!
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